Los acontecimientos que están removiendo el Maghreb los últimos meses son sintomáticos para todo un continente que nos tiene a todos, como menos, perplejos y sorprendidos, porque resulta como mínimo sorprendente que los pueblos africanos y sus poblaciones se dejen avasallar durante tantos años por unos dirigentes que están más preocupados por salvar sus intereses, que por el bienestar de sus conciudadanos.
Si bien es verdad el dicho de que “cada pueblo se merece sus dirigentes”, no deja de ser cierto que el umbral de tolerancia a la frustración difiere mucho de un pueblo a otro; y cada pueblo tiene sus propios ritmos, por mucho que se los quieren cambiar desde fuera. África tiene su propio ritmo, y parece que sus gentes empiezan a estar hartos de unos gobernantes que han defraudado a todo el mundo, excepto a sus cómplices allende los mares y continentes.
Muchos comentaristas dicen, desde la distancia (que ignora mucho la realidad y especula desde parámetros ajenos al continente), que la salida a las calles de Argelia, Túnez, Egipto o Yemen, es fruto de la “falta de pan, y de la crisis económica”. A mi parecer, el análisis es bastante simplista y materialista. Primero porque las poblaciones africanas siempre han vivido en las crisis de toda índole, y nunca han tenido abundancia de pan menos que ahora. En segundo lugar, la realidad del continente africano escapa a la opinión publicada internacional, quien la sigue abordando desde los tópicos y las muletillas de siempre.
Lo que ha empezado por el Maghreb, y que se extenderá al resto de los países con gobernantes similares, no es producto de la crisis de 2008, sino la resultante de una situación de violación sistemática de los derechos humanos, y del desprecio de una clase dirigente y gobernante a sus conciudadanos, con la pasividad y, muchas veces, la complicidad de los poderes fácticos de la comunidad internacional. Yo pensaba que a los africanos de ahora (excepción hecha de los grandes luchadores por la independencia del continente, Ruben Um Nyobè, Kwame Nkrumah, Patrick Lumumba, Julius Nyerere, Thomas Sankara, etc.) nos costaba sacrificarnos por las generaciones venideras. He de admitir que estaba equivocado. Resulta que cada cosa en su momento, y una vida humana bien vale la paciencia que el hombre y la mujer africanos tienen con sus dirigentes que son la vergüenza del mundo. Porque, cuando el pueblo se echa a la calle para exigir una mejor gobernabilidad, los mismos dirigentes tienen la indecencia de violentarlos a través de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado: ¡Y son varios muertos que no tienen precio!
La revolución social que se está dando en el Maghreb es una revolución a la africana, que no es producto de la penuria alimentaria, sino de la penuria de una vida digna, y de falta de oportunidades. Es un grito de libertad que nace de las entrañas profundas de la negritud (el sentimiento auténticamente africano que hunde sus raíces en el corazón de un continente que no ha perdido nada de su misión de “Madre de la Humanidad” y, en consecuencia, debe proteger a todos sus hijos, incluso a aquellos hijos suyos que explotan y maltratan a sus otros hijos); una revolución pacífica, que pacíficamente les dice a sus dirigentes y a los que les apoyan, que se marchen del poder, porque ya no les sirven, ni nunca han servido a sus pueblos. El pueblo sabe lo que hace, y es preferible que le dejen llevar hasta el final sus protestas, sin tutelaje de ningún tipo.
Muchos se preguntan desde Europa que dónde está la Unión Europea. Yo les digo que Europa está donde tiene que estar, y mejor que no se inmiscuya en asuntos internos de cada país que, como mucho, sólo incumben a la Unión Africana. África no necesita tutelajes, porque ya sabemos a dónde nos han llevado en el pasado: a guerras intestinas entre pueblos hermanos, jaleados y armados desde fuera de sus fronteras, al servicio de intereses espurios de potencias extranjeras y de las multinacionales. Los conflictos sociales que han estallado, y que se van a expandir a otros países con similares regímenes “longevos”, llegarán a buen fin, con pocas pérdidas de vidas humanas, y con un gran nivel de eficacia, siempre y cuando no haya injerencias desde fuera, y dejen a los africanos y africanas resolver internamente sus problemas.
Me atrevería a decir que los africanos no se van a conformar con sacar del poder a aquellos que se han agarrado a él de forma vitalicia, sin servir de verdad a su pueblo; sino que les pasaran también la factura a aquellos que han apoyado a los dictadores desde la dudosa y selectiva “legalidad internacional”. Muchos dictadores lo son porque la comunidad internacional, y sobre todo los Estados más poderosos económicamente, los sostienen por sus intereses, e imponen a la opinión pública internacional cierta legitimación de dichos regímenes dictatoriales. Pero la historia termina por ser juez infalible, colocando a cada uno en su sitio. Todo empezó por el Magrheb, y se extenderá hacia el sur del Sahara. Los dirigentes de la misma calaña que Mubarak o Ben Ali, están a tiempo para dejar voluntariamente el poder, si les queda un poco de dignidad y de amor por sus gentes. Como bien dice el refrán, “cuando las barbas del vecino veas a pelar, echa las tuyas a remojar”. Si un gobernante no ha hecho nada bueno para su pueblo en 10 años, lo más sano es que deje que otro lo intente.
Simon N. Bilap
31 de enero de 2011
Si bien es verdad el dicho de que “cada pueblo se merece sus dirigentes”, no deja de ser cierto que el umbral de tolerancia a la frustración difiere mucho de un pueblo a otro; y cada pueblo tiene sus propios ritmos, por mucho que se los quieren cambiar desde fuera. África tiene su propio ritmo, y parece que sus gentes empiezan a estar hartos de unos gobernantes que han defraudado a todo el mundo, excepto a sus cómplices allende los mares y continentes.
Muchos comentaristas dicen, desde la distancia (que ignora mucho la realidad y especula desde parámetros ajenos al continente), que la salida a las calles de Argelia, Túnez, Egipto o Yemen, es fruto de la “falta de pan, y de la crisis económica”. A mi parecer, el análisis es bastante simplista y materialista. Primero porque las poblaciones africanas siempre han vivido en las crisis de toda índole, y nunca han tenido abundancia de pan menos que ahora. En segundo lugar, la realidad del continente africano escapa a la opinión publicada internacional, quien la sigue abordando desde los tópicos y las muletillas de siempre.
Lo que ha empezado por el Maghreb, y que se extenderá al resto de los países con gobernantes similares, no es producto de la crisis de 2008, sino la resultante de una situación de violación sistemática de los derechos humanos, y del desprecio de una clase dirigente y gobernante a sus conciudadanos, con la pasividad y, muchas veces, la complicidad de los poderes fácticos de la comunidad internacional. Yo pensaba que a los africanos de ahora (excepción hecha de los grandes luchadores por la independencia del continente, Ruben Um Nyobè, Kwame Nkrumah, Patrick Lumumba, Julius Nyerere, Thomas Sankara, etc.) nos costaba sacrificarnos por las generaciones venideras. He de admitir que estaba equivocado. Resulta que cada cosa en su momento, y una vida humana bien vale la paciencia que el hombre y la mujer africanos tienen con sus dirigentes que son la vergüenza del mundo. Porque, cuando el pueblo se echa a la calle para exigir una mejor gobernabilidad, los mismos dirigentes tienen la indecencia de violentarlos a través de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado: ¡Y son varios muertos que no tienen precio!
La revolución social que se está dando en el Maghreb es una revolución a la africana, que no es producto de la penuria alimentaria, sino de la penuria de una vida digna, y de falta de oportunidades. Es un grito de libertad que nace de las entrañas profundas de la negritud (el sentimiento auténticamente africano que hunde sus raíces en el corazón de un continente que no ha perdido nada de su misión de “Madre de la Humanidad” y, en consecuencia, debe proteger a todos sus hijos, incluso a aquellos hijos suyos que explotan y maltratan a sus otros hijos); una revolución pacífica, que pacíficamente les dice a sus dirigentes y a los que les apoyan, que se marchen del poder, porque ya no les sirven, ni nunca han servido a sus pueblos. El pueblo sabe lo que hace, y es preferible que le dejen llevar hasta el final sus protestas, sin tutelaje de ningún tipo.
Muchos se preguntan desde Europa que dónde está la Unión Europea. Yo les digo que Europa está donde tiene que estar, y mejor que no se inmiscuya en asuntos internos de cada país que, como mucho, sólo incumben a la Unión Africana. África no necesita tutelajes, porque ya sabemos a dónde nos han llevado en el pasado: a guerras intestinas entre pueblos hermanos, jaleados y armados desde fuera de sus fronteras, al servicio de intereses espurios de potencias extranjeras y de las multinacionales. Los conflictos sociales que han estallado, y que se van a expandir a otros países con similares regímenes “longevos”, llegarán a buen fin, con pocas pérdidas de vidas humanas, y con un gran nivel de eficacia, siempre y cuando no haya injerencias desde fuera, y dejen a los africanos y africanas resolver internamente sus problemas.
Me atrevería a decir que los africanos no se van a conformar con sacar del poder a aquellos que se han agarrado a él de forma vitalicia, sin servir de verdad a su pueblo; sino que les pasaran también la factura a aquellos que han apoyado a los dictadores desde la dudosa y selectiva “legalidad internacional”. Muchos dictadores lo son porque la comunidad internacional, y sobre todo los Estados más poderosos económicamente, los sostienen por sus intereses, e imponen a la opinión pública internacional cierta legitimación de dichos regímenes dictatoriales. Pero la historia termina por ser juez infalible, colocando a cada uno en su sitio. Todo empezó por el Magrheb, y se extenderá hacia el sur del Sahara. Los dirigentes de la misma calaña que Mubarak o Ben Ali, están a tiempo para dejar voluntariamente el poder, si les queda un poco de dignidad y de amor por sus gentes. Como bien dice el refrán, “cuando las barbas del vecino veas a pelar, echa las tuyas a remojar”. Si un gobernante no ha hecho nada bueno para su pueblo en 10 años, lo más sano es que deje que otro lo intente.
Simon N. Bilap
31 de enero de 2011